En primer lugar, debo aclarar que soy de una generación que no compartió el tiempo político con Alejandro Atchugarry, así que escribo estas palabras desde el atrevimiento, pero sobrotodo desde mi condición de colorado y batllista; porque uno siente un profundo orgullo de haber contado con una figura de esa talla entre nuestras filas. Fiel representante de los principales valores y principios de nuestra colectividad política: la libertad de nuestro fundador, Fructuoso Rivera; la austeridad republicana de Joaquín Suárez; los principios de justicia social de don Pepe Batlle y la defensa de la república de Baltasar Brum.
Cuentan que “El Flaco” era un empedernido republicano, con estoica sobriedad, con austeridad cívica, con altivez ciudadana, un profeta del perfil bajo y del trabajo silencioso; un militante convencido y comprometido con sus ideales, a decir de Julio María Sanguinetti, “un santón laico sin sermón ni prédica, un ciudadano”. Era un hombre hijo del deber y, como tal, valoraba el deber por el deber mismo, fiel a aquello que enseñaba Leandro Alem: «El deber no se cumple, sino haciendo algo más de lo que el deber manda». Si hay que poner nombre a la expresión del deber en nuestro país, sin duda, ese nombre ha de ser: Alejandro Atchugarry.
Su primer cargo lo ocupó en el Ministerio de Transporte y Obras Públicas primero como subsecretario y luego como ministro Fue un dedicado y estudioso legislador durante 14 años siendo inicialmente diputado y luego senador, tenía una formidable capacidad de convicción, siendo a la vez un fenomenal negociador. Era un parlamentario por excelencia de aquellos cuyas intervenciones significan siempre una contribución a la reflexión colectiva.
Alejandro Dumas, en “El Conde de Montecristo”, nos dice que la vida es una tormenta: “por un momento estamos bajo el sol y, de pronto, nos lanza contra las rocas; sin embargo, lo que nos define como hombres es lo que hacemos cuando la tormenta llega”. Alejandro Atchugarry fue un conductor en medio de la tormenta. Supo poner en camino, la economía de país que atravesaba la peor crisis económica de su historia. Algo que muchos economistas graduados en instituciones de renombre internacional no han podido lograr. Ese hombre de partido, cargó, nada más ni nada menos, que, con la peor tarea en el peor momento, valga la redundancia y aun así hizo resplandecer a la política, porque no era un técnico y esa crisis no se afinaba solo con criterio técnico. Dio prueba de su capacidad articuladora. Se transformó –sin serlo– en una suerte de primer ministro y cumplió un rol más allá del que tenía en el Ministerio. Alejandro fue, en esa instancia tan especial de la vida del país, el gran restaurador de la confianza pública; su imagen fue la de un hombre realmente comprometido con nuestro país.
Fue el arquitecto político de esta exitosa salida. Lo hizo al frente del Ministerio de Economía y Finanzas en los años 2002 y 2003; estos logros lo llevaron a su mayor pico de popularidad. Las encuestas de la época le llegaron a otorgar un 53% de aprobación de su gestión, un verdadero récord para un ministro de Ecomonía y Finanzas, especialmente en aquellas circunstancia.
Seguía los ideales del primer batllismo, ante todo, la libertad; él lo decía en todo momento y eso lo definió. Luego estaban los ideales de justicia social, un sentimiento que era el que lo marcaba y le dictaba el camino; la defensa centrada en las políticas del estado como patrocinante, pero siempre para que el individuo se desarrolle, creyendo básicamente en la igualdad de oportunidades y promoviéndola, esa igualdad de salida que los seres humanos necesitan.
En su austeridad era un verdadero espartano, un hombre que tenía una actitud de austeridad republicana llevada al máximo desde el punto de vista de lo que era el cumplimiento de su deber. Alejandro manejaba una Fiat Elba colorada, bastante desvencijada, nunca quiso tener chofer ni cobrar el subsidio que le correspondía por ley al dejar de ser senador. Se menciona que, en cierta ocasión, en su calidad de ministro hizo un rápido viaje al exterior y solventó sus gastos; a su regreso, cuando en el Ministerio de Economía y Finanzas quiso reintegrar los viáticos correspondientes, no había forma de que los cobrara. Terminó cobrándolos, pero para donarlos a la guardería del Ministerio, por supuesto que nunca permitió que esto se dijera. Eso habla de la grandeza y de las características de Alejandro.
El Flaco fue alguien que tendía puentes. Muchas veces es noticia el enfrentamiento de los diferentes actores del sistema político, pero son muchos más los políticos que día a día tienden puentes y construyen la sociedad del futuro Uruguay, que los que se pelean. Allí está el gran valor de la política, en momentos en que aparece gente que reniega de la misma, es importante destacar la defensa que él hacía de ella y en particular de la política partidaria, de la política como actividad superior, de la política como actividad noble, de la cual debemos sentirnos orgullosos y a la que debemos reivindicar.
Alejandro era un gran republicano, de ese republicanismo que se formó a principios del siglo pasado en la dialéctica que se dio entre todas las corrientes políticas, que termina transformando al Uruguay en lo que es y que permite que se generen ciudadanos de estas características. Estos ciudadanos, estos hombres ejemplares, estos hombres trascendentes, se generan gracias a algo. ¡No surgen como claveles del aire! Hay una sociedad que ha permitido, a lo largo de la historia, crear a estos hombres.
Citaba a menudo la frase que el almirante Nelson pronunció en medio de la decisoria batalla de Trafalgar: “Inglaterra espera que cada uno cumpla con su deber”. Realmente, él, era el primero en intentar cumplir el deber. Dicen que Alejandro confiaba mucho en los jóvenes. Creyó hasta sus últimos días que era tiempo de delegar a las próximas generaciones, el futuro de nuestro Partido. Es por esto que nos queda a nosotros, los jóvenes colorados, el mandato de cumplir con nuestro deber, que es el de pelear todos los días por esos ideales que defendía Alejandro: el de justicia social, el de libertad y el de defensa del individuo. Todos y cada uno de los días ese debe ser nuestro compromiso. Con esa actitud estaremos prolongando la existencia de Alejandro, y cumpliendo con nuestro deber.